
La melancolía representa por sí misma, como ningún otro concepto, la locura antigua, la locura prepsiquiátrica anterior al siglo XIX. Un concepto que, pese a tantos esfuerzos en contra, se ha mantenido en activo, aunque es cierto que a regañadientes y en círculos cada vez más estrechos. En sus orígenes, melancolía y locura fueron equivalentes. La melancolía antigua, de origen hipocrático, no se limitaba a acoger las pasiones tristes que integraban su núcleo, sino que abarcaba confusamente todas las formas de enajenación, desde la hidrofobia a la licantropía, por señalar solo las más curiosas. La melancolía fue la enfermedad del alma por excelencia durante muchos siglos y, pese a la batalla desatada por el positivismo, sigue aspirando a un importante papel en los conflictos humanos. A fin de cuentas, es la única enfermedad que no ha cambiado de nombre, y es la que mejor define el malestar vital donde todos nos reconocemos. Hay una clara sintonía con ella, dada su comprensibilidad y su continuidad natural con la tristeza. No por nada la melancolía ha estado siempre en el centro de gravedad.
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